Treinta y uno, de enero, nos reunimos para comentar Hombre Lento, de J.M. Coetzee. Encuentro a Adela, JoaquĂn y Silvia en la mesa del rincĂłn. Les veo risueños como niños en el recreo, divertidos porque he pasado de largo, con la mirada fija en el lugar donde nos sentamos siempre, pero que hoy han ocupado unos filibusteros. En fin, desando mis pasos y les encuentro antes de llamar por el mĂłvil. Risas, mientras Paul Rayment nos espera. Aparece Norma y expandimos hacia la izquierda. JoaquĂn, asegura que en HL se habla de las dos Ăşnicas posturas que caben en la vida a partir de una edad: sumisiĂłn o resistencia. Norma y yo nos miramos con el cansancio de varias horas de despacho. Nos sentimos sumisas. Adela, nos habla de El Quijote y como el enamorado/a hace siempre el ridĂculo. Me gusta la idea de Marijana convertida en Dulcinea del Toboso (El Quijote; segunda parte; CapĂtulo VIII.Memorable). Recuerdo en silencio la adolescencia, mis ridĂculos, pero me salva Quevedo:
Amor constante más allá de la muerte
Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco dĂa,
Y podrá desatar esta alma mĂa
Hora, a su afán ansioso lisonjera;
Mas no de esotra parte en la ribera,
Dejará la memoria, en donde ardĂa:
Nadar sabe mi llama la agua frĂa,
Y perder el respeto a ley severa.
Alma, a quien todo un dios prisiĂłn ha sido,
Venas que humor a tanto fuego han dado,
Medulas, que han gloriosamente ardido:
Su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.
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