25 noviembre 2005

To be, or not to be

No por muchos conocida la frase deja de tener su encanto. ¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos y porqué? ¿Estamos aquí­ en la tierra para algún cometido concreto? ¿Será ese nuestro cometido --como nos gusta imaginar-- cumplir con nuestra meta vital, que no es otra que aquella que nos hemos marcado nosotros mismos a nuestro libre albedrío?

¡Ah! Divina ansiedad, sibilina pregunta. Ser o no ser merecedor de la parcela de Universo que nos ha tocado urbanizar, del espacio de aire que ocupamos, consumimos, manoseamos, respiramos, gastamos, transpiramos y dejamos alegremente a quienes nos suceden.

¿La mejor perfección? = ¡Ser imperfectos!, puesto que la perfección absoluta, en caso de existir, debe de ser absolutamente insportable.

Hoy mi ciudad amaneció perversamente coqueta: se ha vuelto gélida y amenaza nevada; hace frí­o huracanado proveniente del Norte; nos previenen ante ráfagas de hasta 90 km/hora. ¡Pero mi ciudad se rí­e de los avisos! Ordena a su programador cero grados y las hojas de los árboles empalidecen súbitamente, se sueltan de su rama-padre y se lanzan a volar calle arriba y avenida abajo, balcón adentro y plaza afuera; se demoran en los semáforos y juegan con las corbatas, ay, de esos señores circunspectos y encorvados que lucen ranuras por ojos y manos en los bolsillos.

Pronto, quien sabe si mañana, esas mismas hojas comenzarán a hacer ruido de envoltorio de golosina bajo los pies, los niños aterrizarán en ellas entre risas y yo, yo, camuflada bajo mi bufanda bermellón, las empujaré hacia los lados al caminar para no hacerles daño, que cumplan su ciclo vital, su fugaz existencia resquebrajada, tan melancólicamente perfecta.

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