8.
Desde las dos, aproximadamente, hasta la puesta del sol, permanecieron sentados, aquella sofocante y pesada tarde de septiembre, en lo que la señorita Coldfield seguĂa llamando "el despacho" por haberlo asĂ llamado su padre: una habitaciĂłn cálida, oscura, sin ventilaciĂłn, cuyas ventanas y celosĂas continuaban cerradas desde hacĂa cuarenta y tres veranos, porque, allá en su niñez, alguien opinaba que el aire en movimiento y la luz producen calor, mientras que la penumbra resulta siempre más fresca. A medida que el sol daba más de lleno sobre ese costado de la casa, la habitaciĂłn se iluminaba de rayos horizintales y amarillentos que dejaban ver innumerables partĂculas de polvo. Quintin pensĂł que serĂan, sin duda, escamas de la viejĂsima pintura descolorida, despendidas de la madera resquebrajada y empujadas hacia el interior por una fuerza semejante a la del viento. Una guĂa de glicinas florecĂa por segunda vez en aquel estĂo, y trepaba por un enrejado que se divisaba frente a la ventana; los gorriones llegaban y partĂan en bandadas, sin orden ni concierto, produciendo un rumor seco y polvoriento al levantar el vuelo. Frente a Quintin se hallaba la señorita Coldfield, con su sempiterno traje de luto, que llevaba desde hacĂa cuarenta y tres años, aunque nadie sabĂa si era por su padre, hermana o no-marido; erecta y rĂgida, ocupaba una silla de duro asiento, tan alta para ella que sus piernas, sin llegar al suelo, pendĂan rectas y verticales como si los huesos de sus tobillos y patorrillas estuvieran fundidas en hierro, lo que les daba el aire de rabia impotente que tienen los pies infantiles.
4 comentarios:
Un septiembre de ochenta años despuĂ©s, una estudiante española, llamĂ©mosla Y, larguirucha y tĂmida, escuchaba a quien iba a ser su tutora en la Universidad de Duke - Carolina del Norte-, Miss Cox, relatarle la historia de la esposa del fundador de la ciudad: Sarah Duke. Y, luchaba por entender el acento enmarañado de Miss Cox, hasta que pensĂł que la yanqui le recitaba ¡AbsalĂłn, AbsalĂłn, de Faulkner, para ver si era verdad que se habĂa leĂdo todas las novelas del autor sureño en la adolescencia, como Y habĂa escrito en su carta de presentaciĂłn. Quince años y cinco meses despuĂ©s, Y lee el mensaje de Adla y recuerda aquellos dĂas intensos de cuerpos hĂşmedos y lecturas infinitas en Duke-Yoknapatawpha.
Rosa Coldfield y Quentin Compson (quien morirá en El ruido y la furia) hablaban una tarde de septiembre de 1909 e instruĂan a una pobre niña de Barcelona sobre un territorio lejano, donde ella nunca habĂa soñado vivir, pero que al olerlo por primera vez, lo reconociĂł como suyo. Pero esa, es otra historia.
Pitol, en el Mago de Viena, escribe: “Para establecer una simetrĂa es necesario mencionar el lenguaje de Faulkner y de su influencia voluntariamente aceptada en mi periodo iniciático. Su sonoridad bĂblica, su grandeza de tono, su complejĂsima construcciĂłn, en donde una frase puede cubrir varias páginas ramificándose vorazmente, dejándonos a sus lectores sin aliento, son inigualables. La oscuridad proveniente de esa espesa arborescencia, cuyo sentido se revelará muchas páginas o capĂtulos posteriores, no es un mero procedimiento narrativo, sino como en Borges, la carne misma del relato. Una oscuridad nacida del cruce inmoderado de frases de diferente orden es la manera de potenciar un secreto que por lo general los personajes minuciosamente encubren”.
ÂżY si buscamos una novela de Faulkner como prĂłxima lectura? Es un autor difĂcil, pero me declaro profana, no recuerdo haber leĂdo ninguna de Ă©l y es un buen reto.
Norma, me encanta tu idea.Besos.
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