25 septiembre 2006

Crónica de Hay-on-Way

Subíamos Gemma y yo por Juan Bravo con los ojos todaví­a brillantes de la emoción por haber cogido por primera vez La Sepulvedana. Planeábamos antes del primer encuentro con Rosa Montero y Juan Villoro en la Caja de Segovia, visitar los puestos de libreros que, con ocasión del Festival, creí­amos iban a invadir la Plaza Mayor. El viernes era soleado y el silencio de la provincia nos descansaba del bullicio chirriante de Madrid. A un lado y otro de las calles nos reencontrábamos con iglesias, alcázares, y casas del siglo XV, que nos parecí­an novedosas al mirarlas con la inocencia de las turistas accidentales. Al llegar a la plaza no vimos puesto alguno y pensamos que a lo mejor era demasiado temprano. Sentadas en una terraza al sol tomábamos café con brioche entre extranjeros, mientras esperábamos el montaje de las librerí­as y hací­amos planes. Ta?eron doce veces las campanas de la catedral y por fin nos percatamos de un quiosco de madera verde de cuyo tejado colgaba una sábana con la leyenda: Asociación de Libreros de Segovia. Nos acercamos esperanzadas, pero la dependienta pronto nos regaló la decepción: sólo estaremos nosotros y los de The Guardian, así­ están las cosas, dijo con una sonrisa se?alándonos a unas chicas sentadas en un banco que repartí­an periódicos. Pero podéis ir a nuestra tienda, a?adió después de desplegar un mapa. Escuchamos sus explicaciones y hojeamos libros de Vila-Matas, McEwan y Lesing. La casa verde, bautizamos al quiosco.

Algo desencantadas fuimos a recoger a Freya, una amiga canadiense de Gemma, al Museo Esteban Vicente. Ella nos llevó a un restaurante y tomamos judiones y ponche segoviano para curarnos la depre. Por la tarde, escuchamos a McEwan entrevistado con inteligencia por Juan Villoro en el teatro Juan Bravo. Ian, reconoció no haber leí­do a escritores espa?oles o hispanoamericanos contemporáneos y dijo que sus tres novelas favoritas eran Madame Bovary, Ulyses y Herzog. En fin, que la tarde prometí­a a pesar de que una tos tenaz se apoderaba de mi garganta. Luego, Carmen Posadas abortó con sus coqueteos y tonterí­as lo que pudo haber sido una charla interesante con Martin Amis. Una pena.

Habí­a oscurecido y una brisa helada anunciaba lluvia. Agotadas regresamos a la estación de La Sepulvedana. Al dí­a siguiente yo habí­a quedado con Norma, Silvia y Joaquí­n, pero los escalofrí­os me hicieron cambiar algo los planes.

1 comentario:

Efervescente dijo...

Abrí el blog dispuesto a enviar una crónica y me encontré con la tuya. Pero son compatibles aunque la mía goza de mayor humedad.