Las paredes se balanceaban como los balandros durante las galernas de GetarĂa. Te chocabas contra las puertas. Rábano, el neurĂłlogo, te hizo un escáner y te tranquilizĂł: es normal, la desaceleraciĂłn produce vĂ©rtigo. La pastilla que te sacĂł del paĂs inestable te llevarĂa a un sopor que invalidaba y los libros esperaron cerrados. Luego, te miraste en el espejo y reconociste los ojos de simio. Por primera vez, lloraste.
Antes, el nueve de agosto, quedaste con Joaco para almorzar con Nacho Fernández, el director de Literaturas.com. Nacho no apareciĂł, pero llamĂł Norma para invitarte a la comida que habĂa organizado JoaquĂn PĂ©rez-Minguez en El Escorial. Le pediste el telĂ©fono de Nacho y Ă©l te confirmĂł que la cita era para el dĂa anterior. Se movĂan las paredes y las fechas. Joaco, te consolaba: el ABC es muy bonito y en PerĂş el ochenta por ciento de las veces me dejan plantado. Nacho, tampoco le dio importancia a tu equivocaciĂłn. Te sentĂas cansada y Jorge dijo que en Biarritz te curarĂas.
Llegasteis a casa de Carmen y Javier, Las Ondinas. La llave estaba en el lugar de siempre. Deshicisteis las maletas y os sentastĂ©is en el porche. Luego, Carmen vestĂa de rosa y Javier colocaba los palos de golf. Brindasteis con las historias del año y el recuerdo de los amigos ausentes. El Oporto y los emplastes de algas te curaron el mareo y guardaste las pastillas en la maleta. Carmen y Javier te mimaban. Cenasteis con Eugenia Niño y Gema Súñer. TĂş amiga Gema, te hizo notar que el verso no era de Salinas, sino de Neruda. Te tomaste otra copita de Oporto y soñaste con la sesiĂłn de algas del dĂa siguiente. Me gustas cuando callas, porque estás como ausente…
El quince de agosto, bajasteis con Carmen y Javier a ver los fuegos artificiales a la playa y llamasteis a los amigos que pasaban el verano en Bremen. En el 2007, estaremos todos juntos, en vuestra casa, como siempre. Una palmera de luces dorada cayĂł sobre vuestras cabezas y le pediste al hada de las luces efĂmeras que se cumpliera vuestro deseo. Antes, el cuatro de agosto, a la una de la tarde, le habĂas pedido a la Virgen: no dejes que nos matemos. Y te lo habĂa concediĂł. Tu solicitud habĂa sido racional sin un atisbo de histeria, acaso imperativa, como meses antes habĂas exigido que se respetaran los derechos de tu clienta esquizofrĂ©nica. La sensaciĂłn de muerte inminente, como la bofetada de una ráfaga de viento helado en el rostro, es inexorable. LucĂa, tu amiga teĂłloga, te dijo meses antes que los milagros se debĂan pedir con una fuerza sobrehumana, por eso habĂa tan pocos.
Antes, el nueve de agosto, quedaste con Joaco para almorzar con Nacho Fernández, el director de Literaturas.com. Nacho no apareciĂł, pero llamĂł Norma para invitarte a la comida que habĂa organizado JoaquĂn PĂ©rez-Minguez en El Escorial. Le pediste el telĂ©fono de Nacho y Ă©l te confirmĂł que la cita era para el dĂa anterior. Se movĂan las paredes y las fechas. Joaco, te consolaba: el ABC es muy bonito y en PerĂş el ochenta por ciento de las veces me dejan plantado. Nacho, tampoco le dio importancia a tu equivocaciĂłn. Te sentĂas cansada y Jorge dijo que en Biarritz te curarĂas.
Llegasteis a casa de Carmen y Javier, Las Ondinas. La llave estaba en el lugar de siempre. Deshicisteis las maletas y os sentastĂ©is en el porche. Luego, Carmen vestĂa de rosa y Javier colocaba los palos de golf. Brindasteis con las historias del año y el recuerdo de los amigos ausentes. El Oporto y los emplastes de algas te curaron el mareo y guardaste las pastillas en la maleta. Carmen y Javier te mimaban. Cenasteis con Eugenia Niño y Gema Súñer. TĂş amiga Gema, te hizo notar que el verso no era de Salinas, sino de Neruda. Te tomaste otra copita de Oporto y soñaste con la sesiĂłn de algas del dĂa siguiente. Me gustas cuando callas, porque estás como ausente…
El quince de agosto, bajasteis con Carmen y Javier a ver los fuegos artificiales a la playa y llamasteis a los amigos que pasaban el verano en Bremen. En el 2007, estaremos todos juntos, en vuestra casa, como siempre. Una palmera de luces dorada cayĂł sobre vuestras cabezas y le pediste al hada de las luces efĂmeras que se cumpliera vuestro deseo. Antes, el cuatro de agosto, a la una de la tarde, le habĂas pedido a la Virgen: no dejes que nos matemos. Y te lo habĂa concediĂł. Tu solicitud habĂa sido racional sin un atisbo de histeria, acaso imperativa, como meses antes habĂas exigido que se respetaran los derechos de tu clienta esquizofrĂ©nica. La sensaciĂłn de muerte inminente, como la bofetada de una ráfaga de viento helado en el rostro, es inexorable. LucĂa, tu amiga teĂłloga, te dijo meses antes que los milagros se debĂan pedir con una fuerza sobrehumana, por eso habĂa tan pocos.
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