5. Para despedir el año, un pequeño homenaje:
"Caminan lentamente sobre un lecho de confeti y serpentinas, una noche estrellada de septiembre, a lo largo de la desierta calle adornada con un techo de guirnaldas, papeles de colores y farolillos rotos: Ăşltima noche de Fiesta Mayor (el confeti del adiĂłs, el vals de las velas) en un barrio popular y suburbano, las cuatro de la madrugada, todo ha terminado. Está vacĂo el tablado donde poco antes la orquesta interpretaba melodĂas solicitadas, el piano cubierto con la funda amarilla, las luces apagadas y las sillas plegables apiladas sobre la acera. En la calle queda la desolaciĂłn que sucede a las verbenas celebradas en garajes o en terrados: otro quehacer, otros tráfagos cotidianos y puntales, el miserable trato de las manos con el hierro y la madera y el ladrillo reaparece y acecha en portales y ventanas, agazapado en espera del amanecer. El melancĂłlico embustero, el tenebroso hijo del barrio que en verano ronda la aventura tentadora, el perdidamente enamorado acompañante de la bella desconocida todavĂa no lo sabe -todavĂa el verano es un verde archipiĂ©lago-. Cuelgan las brillantes espirales de las serpentinas desde balcones y faroles cuya luz amarillenta, más indiferente aĂşn que las estrellas, cae en polvo extenuado sobre la gruesa alfombra de confeti que ha puesto la calle como un paisaje nevado. Una ligera brisa estremece el techo de papelitos y le arranca un rumor fresco de cañaveral.
La solitaria pareja es extraña al paisaje como su manera de vestir lo es entre sĂ: el joven (pantalĂłn tejano, zapatillas de basquet, niki negro con una arrogante rosa de los vientos estampada en el pecho) rodea con el brazo la cintura de la elegante muchacha (vestido rosa de falda acampanada, finos zapatos de tacĂłn alto, los hombros desnudos y la melena rubia y lacia) que apoya la cabeza en su hombro mientras se alejan despacio, pisando con indolencia la blanca espuma que cubre la calle, en direcciĂłn a un pálido fulgor que asoma en la prĂłxima esquina: un coche sport. Hay en el caminar de la pareja el ritual solemne de las ceremonias nupciales, esa lentitud ideal que nos es dado gozar en sueños. Se miran a los ojos. Están llegando al automĂłvil, un Floride blanco. SĂşbitamente, un viento hĂşmedo dobla la esquina y va a su encuentro levantando nubes de confeti; es el primer viento del otoño, la bofetada lluviosa que anuncia el fin del verano. Sorprendida, la joven pareja se suelta riendo y se cubre los ojos con las manos. El remolino de confeti zumba bajo sus pies con renovado Ămpetu, despliega sus alas nĂveas y les envuelve por completo, ocultándoles durante unos segundos: entonces ellos se buscan tanteando el vacĂo como en el juego de la gallina ciega, rĂen, se llaman, se abrazan, se sueltan y finalmente se quedan esperando que esa confusiĂłn acabe, en una actitud hierática, dándose mutuamente la espalda -perdidos por un breve instante- extraviados en medio de la nube de copos blancos que gira en torno a ellos como un torbellino."
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