02 julio 2006

Entre cursos


Regreso de los montes de Málaga. En una de las colinas tiene la casa mi hermano. Encalada y con jardí­n. Todo blanco y sobrio, barnizado por el espí­ritu danés de mi cu?ada Astrid (estrella bella, en la mitologí­a nórdica). Desde la terraza se ve el mar a lo lejos, la casa parece colgada de las nubes. El motivo de mi visita era estar, entre cursos, con mis sobrinos. Él tiene cuatro a?os y ella un a?o y medio. Aparecí­ como la tí­a de David Copperfield, sólo para hacerlos felices durante unos dí­as antes de que él comience el curso de verano y ella regrese a la guarderí­a. He aprendido a montar Legos y algunas palabras danesas que me traducí­a él, cuando en los primeros dí­as no entendía lo que mi sobrina necesitaba. Un lenguaje contundente lleno de palabras espa?olas y nórdicas que me convertí­a en una analfabeta divertida, rescatada por la bondad e inteligencia de un ni?o de casi cinco a?os. Por las ma?anas la vida comenzaba muy temprano allí en los montes y los ojos infantiles me hací­an ver el mundo de nuevo. Inefable, se llena de sentido cuando quiero relatar sus miradas. Recuerdo a Hugo von Hofmannsthal y Lady Chandos. Aquella carta a Francis Bacon: "Las palabras ya no llegan a él, tiemblan y se rompen, es como si ("como si", digo) estuviera protegido por un escudo de cristal" Y aún así­ él le escribe a usted, igual que le escribo yo, pues es usted conocido entre todos los hombres por elegir sus palabras y ponerlas en el lugar correcto y por construir sus juicios igual que un alba?il construye una pared con ladrillos". Cómo contaros la sorpresa de mi sobrino al tocar el raso de mi salto de cama- es muy suave- o al verme dar una voltereta en el agua- te aprietas la nariz. Cómo deciros la emoción que se siente al coger la mano diminuta y tierna de mi sobrina. Todo es alegorí­a, dice mi Philip.

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