28 enero 2007

No sin homúnculo

La semana comenzó con una nevada tardía y espectacular en las montañas e Irlanda se cubrió con un armiño blanco y las niñas de trenzas plateadas aterrorizaban a ancianas en Chicago. Ni el frío hizo que me repusiera de la confesión de mi admirada Esther Tusquets: soy adicta al Bingo y mi hijo me repudia, o algo así. Menos mal que la autora de El mismo mar de todos los veranos, ha aprovechado su ludopatía para escribir una nueva novela: ¡Bingo!

El lunes, analizábamos Fausto en El Mono Rojo y ayer viernes en el diario El Mundo, Norman Mailer revelaba que el narrador de su última novela - The castle in the forest- era el mismísimo diablo. Una voz omnisciente, como no podía ser menos, relata la infancia de un tal Adolfo, apellidado Hitler. Recuerdo como me gustó la intervención de la anciana judía, superviviente de un campo de concentración, en el museo de NY; más o menos dijo, con un humor envidiable, que estaba ya harta de tanta película, libro y conferencia sobre el monstruo del bigote, que así era imposible olvidarse de él.

Se reúnen unos señores en Davos y mientras toman champán y caviar hablan del renacimiento asiático, de los recursos energéticos y de la nueva multipolaridad. Me imagino a Mefistófeles con botas de esquí frotándose las manos. Algo huele azufre en Suiza.

A las puertas del teatro Alfil unos chicos con banderas nos increparon, y mi prima, que deja al mismísimo Bretón a la altura del betún, se puso a cantar el Salve Regina. Yo me hice la inglesa: no oía ni veía nada; uno de los muchachos la llamó loca y roja. Mi prima cantando la Internacional en latín sacó el móvil y comenzó a grabar. El más chulo se acercó a ella y en ese momento apareció Helena de Troya del brazo del homúnculo y los cruzados se desvanecieron. Pobre Bassi.

Una brisa gélida me corta las piernas al cruzar Serrano. Reunión con Soterraña; el acosador de RISA es inasequible al desaliento; me duele un ovario; y la archiduquesa austriaca aparece, de nuevo, en nuestras vidas. A JF le dan alta. Por fin, me siento en el sillón de orejas y leo una frase de Fellini:

“ Creo que cuando uno habla de lo que conoce, de sí mismo, de su familia, de su terruño, de la nieve, de la lluvia, del despotismo de la estupidez, de la ignorancia, de las esperanzas, de las fantasías, de los condicionamientos políticos o religiosos, cuando uno habla de la vida con sinceridad, sin querer aleccionar a nadie ni preconizar filosofías o transmitir mensajes, cuando uno lo hace con humildad y sobre todo con una visión proporcionada de las cosas, creo que lo que diga estará al alcance de todo el mundo y todos podrán identificarse con él”.

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