10 febrero 2008

LA CARIDAD MAL ENTENDIDA

- ¿Qué no se muere? ¿Cómo que no se muere?
Cuando salió el médico, Paquita, agitando los brazos, se dirigió a su marido e hijos, sentados en el salón con cara de aburrimiento. Llevaban dos semanas velando la muerte del tío Nicolás y el cansancio hacía mella en todos.
En diciembre el tío sufrió un derrame cerebral y no se murió de milagro; y también porque Paquita estaba allí para llamar a urgencias y exigir a los médicos que hicieran todo lo posible para salvarle la vida. El viejo la obedeció agradecido. Diez días después se lo llevó para cuidarlo en casa, rodeado de su familia, que era donde debía estar.
Marido e hijos se miraban sin comprender. ¿No fue ella la que se empeñó en sacarlo del hospital? ¿Por qué se descompuso cuando la asistenta social mencionó una residencia? Ya se lo dijo el médico:
- Pasadas las 24 horas de peligro y, a su edad, puede durar meses. Eso sí, estos episodios pueden repetirse muchas veces y en el hospital ya no podemos hacer nada por él; no hay camas para enfermos crónicos.
¿No era eso lo que quería? Estaba en casa, le atendían entre todos haciendo causa común con ella. ¿Qué había cambiado?
Paquita no estaba tranquila. Cuidar a un anciano no era la mayor de sus ilusiones, pero creía sentirse feliz al hacerlo y, ahora, comprobaba de golpe que ese sentimiento era una fantasía sin base alguna. Y el viejo no se moría. Con cada llamada a urgencias renovaba la ilusión de ser libre por fin. Se acababa la pesadilla. Podrían irse de vacaciones en agosto, como todos los años, y olvidar el olor a vomitona y los tirones de espalda. Esperanzas siempre rotas por la recuperación de una persona que se apoyaba en ella para vivir. La miraba con tanto agradecimiento que tenía que salir a llorar sintiéndose una bruja. Pero todo tenía un límite y el suyo estaba a punto de cumplirse y para no explotar debía alejarse poco a poco. De momento, no iría a despertarlo; esperaría a que estuviese levantado y listo para desayunar y dejaría de atosigarle a besos. ¡Claro que le gustaban! y ¿a quién no?
Se quedó dormida enumerando la cantidad de cosas que tendría que cambiar para que él se soltara de una vez; para que no la viera como su hada madrina, según decía con voz estropajosa. ¿Cuándo dejaría de oír eso de ¡qué buena eres!, ¡qué entereza!? La próxima vez, se lo pensaría mucho antes de meterse en semejante jardín; la próxima vez...
Se despertó con la sensación de haber oído un grito; su marido no estaba en la cama y se levantó a tientas para buscarle. Todos estaban alrededor de la cama de un anciano pálido y frío. Miró una a una la cara de los reunidos. No comprendía.
- Mamá, se murió mientras dormía. Ni se dio cuenta.
Nunca volvió a ser la misma. Después de protestar, de gritar y llorar perdió el habla durante un mes y cuando se recuperó parecía una extraña junto a un grupo de amigos que acabara de conocer. Pasado el tiempo, consiguió reconciliarse con todos incluso con aquellos que seguían diciendo: ¡qué buena eres!, ¡qué entereza!

2 comentarios:

Norma dijo...

Gracias por publicar este tema. Es de esas historias de la vida tan sinceras, y en este caso tan bien contadas, que te quedas sin palabras.

anade dijo...

Gracias a tí por tu comentario.